La hispanización y la identidad hispana
en Filipinas
(1a parte)


David Sánchez Jiménez


1. LA HISPANIZACIÓN DE FILIPINAS: SIGLOS XVI-XVII

A pesar de lo mucho que se ha escrito en rechazo de la ocupación española de Filipinas -denunciando los abusos de poder y la corrupción que se produjo durante el periodo español-, poco se ha hecho por dignificar la figura de aquellos quijotes llegados a las antípodas de la Europa occidental ni por resaltar los inusitados logros que consiguieron estos hombres -aún más teniendo en cuenta los precarios medios y el escaso capital humano con el que contaban- tanto en su asentamiento en el país como en la modernización que supuso la presencia occidental para las islas. Sólo un reducido número de residentes propició la permanencia de España en Filipinas por más de 300 años. Esto fue debido, en parte, a que la colonización española en Filipinas fue relativamente pacífica y a que primó un espíritu de convivencia desde los primeros años de la ocupación. Por otra parte, que el número de españoles establecidos en las islas fuera tan reducido era sumamente beneficioso para los habitantes nativos, en el sentido de que las enfermedades foráneas no supusieron una pandemia generalizada que hubiera diezmado la población indígena, como sucedió en Hispanoamérica. Es por esto que Geálogo (1998: 40-41) relata que sólo a finales del siglo XIX decrece de forma significativa la población -debido a una crisis de mortalidad provocada por epidemias violentas de viruela y cólera- a diferencia de lo que ocurrió en el territorio americano con la extinción de una parte importante de la ciudadanía autóctona.

....De otro modo, la escasa presencia de nacionales españoles fue la razón principal que imposibilitó la expansión de la lengua española entre la población de forma generalizada, no llegando a superar el 3% del total de la población a finales del siglo XIX el número de personas que la tenía como lengua materna (Colomé, 2000a; Quilis, 1992). Esta cifra, sin embargo, no era inferior a la de países como Guatemala, Bolivia o Paraguay, que, sin embargo, mantuvieron la lengua española en convivencia con las lenguas precolombinas tras lograr su independencia de España (Rodríguez-Ponga, 2003: 45). A este respecto, Louapre (1990: 285) hace una afirmación asumida y compartida por numerosos historiadores y lingüistas: “Si el ataque norteamericano en la bahía de Cavite, en 1898, no hubiese arrebatado las Islas Filipinas a España, arrancando el habla castellana, para reemplazarla por el inglés, el español hubiese sido realmente la lengua nacional, sólo o con el tagalo”.

....Del contingente hispano que se hallaba en las islas, la gran mayoría procedía de la América hispánica -recordemos que tanto las embarcaciones como los hombres que acompañaron a Legazpi venían de estos territorios- habiendo solamente un número mayor de españoles en la última parte del siglo XIX en este archipiélago, a donde acudían por estancias cortas para beneficiarse de las oportunidades económicas, pero -a diferencia de los que habitaban América- no a quedarse (Rodao, 1998). Es por ello que lo español, la identidad española y el gobierno de las islas, llegaba tamizada por la mirada de los pueblos de la América Latina, y sin este filtro no sería posible entender hoy la identidad y la nacionalidad filipina (Medina, 2000a, 2000b, 2000c), así como la huella hispana dejada en la cultura de este pueblo asiático. En palabras del historiador Florentino Rodao (1998: 129), en clara alusión a esta idea:

En primer lugar, la influencia hispana fue en buena parte indirecta, puesto que el contacto mutuo fue escaso. En Filipinas sólo hubo un número importante de españoles en la última parte del siglo XIX, porque a este archipiélago se iba a enriquecerse por unos años, pero no para asentarse. Muy pocas familias españolas pertenecieron más de tres generaciones y además en Manila; los beneficios del tráfico a Acapulco con el galeón desanimaron a muchos de la idea de convertirse en “hacenderos”. Al único representante del poder que conocieron la gran mayoría de los filipinos, por tanto, fue un misionero. Pero conociendo o no a un Kastila, la evolución del pueblo filipino a lo largo de más de tres siglos se produjo bajo el marco de la dominación española, lo que ha influido fuertemente en su cultura. A la hora de adaptarse a las nuevas necesidades que demandaba el desarrollo de la sociedad, la referencia principal había de ser lo que veían en los dominadores coloniales. Filipinas es un claro ejemplo: es una invención claramente colonial que han pasado a asumir los propios tagalos, ilongos, ilocasso o visayas como suya.

....La fórmula que siguió la Corona Española en su afán por habitar las islas Filipinas fue la de la convivencia pacífica y, como reconoce el propio Agoncillo (1990), esta colonización se llevó a cabo de forma pacífica y sin tener que lamentar una gran pérdida de vidas humanas. Esta labor se vio facilitada por la existencia en Filipinas de los Barangays, que aseguraban una organización social y política mínima que aprovechó la administración española, pues dicho sistema “se acoplaba perfectamente al régimen municipal español” (Molina, 1998a: 2). Estos núcleos organizativos se encontraban aislados entre sí, sin constituir estados, lo que facilitó una conquista rápida, eficaz y pacífica, como relata Bourne (1902: 38):

This social disintegration immensely facilitated the conquest; and by tact and conciliation, effectively supported by arms, but with very little actual bloodshed, Spanish sovereignty was superimposed upon these relatively detached groups, whose essential features were preserved as a part of the colonial administrative machinery.

....Otra prueba irrefutable de esta convivencia es la del escaso número de efectivos militares que fueron necesarios para mantener la presencia española en las islas. El ejército español, a la altura de 1590, contaba con unos cuatrocientos hombres (Bourne) . No había aumentado mucho esta cantidad en 1786, cuando la población total era de 5.151.423 habitantes, de la cual 13.534 eran españoles, un 0,26% sobre el total (Louapre,1990). Ni siquiera el elemento criollo ayuda a aumentar significativamente esta cifra. Louapre (1990) señala que había 1.000 criollos adultos varones en 1842, además de 3.500 menores de ambos sexos. Según Colomé (2000a), al final de la contienda Hispano-Filipina, la población de origen hispano era inferior al 3%. Cabe preguntarnos entonces, ¿cómo podría explicarse que la población indígena no se levantara en armas y acabara con una presencia que le incomodaba y con una tiranía opresiva? La respuesta es tan simple como obvia, porque la ocupación española suponía una ventaja recíproca convenida por ambas partes, aun cuando no siempre fuera así para el conjunto entero de la población. Del mismo modo, la aceptación de la religión hizo posible la colonización española sin generar un fuerte rechazo, pues el pueblo en su conjunto lo consideraba como algo positivo, como un beneficio. Por otro lado, los avances de la civilización occidental traída por los españoles dinamizaron la economía y las infraestructuras de las islas , al mismo tiempo que la lengua española sirvió como lingua franca con la que unificar y organizar administrativamente el país a lo largo de las más de siete mil islas y los más de tres siglos que duró la presencia española. Así lo documenta Colomé (2000a: 8) en base al testimonio de José Montero Vidal:

“La Historia General de Filipinas” de José Montero Vidal es una obra importante escrita que valora la aportación de España en el gobierno y el desarrollo de las islas en este tiempo. Tanto la red de municipios como la organización de las ciudades eran deudoras de las ciudades españolas desde el punto de vista urbanístico y jurídico-administrativo. Se enseñaron los oficios y las técnicas occidentales, tales como métodos de cultivo, arte de tejer, el empleo de la piedra en la construcción o la imprenta.

....Otros avances que trajeron los españoles y que cita Ruescas (2009) en su artículo Los Revolucionarios Filipinos y el español son el arado, la rueda, el regadío o la unificación política (fundación de pueblos y ciudades), el sistema administrativo y judicial, los primeros hospitales y universidades asiáticas y el primer sistema de educación público en Filipinas. No obstante, los esfuerzos de los misioneros no se limitaban a su labor religiosa, sino que también contribuían al desarrollo sociocultural y económico de la comunidad, estableciendo, por ejemplo, comunidades políticas estables o provisiones para enfermos y desamparados, educando a los nativos en las escuelas, introduciendo avances en la agricultura del arroz y nuevos productos agrícolas venidos de América, como el maíz, el cacao, el índigo, el café o la caña de azúcar (Bourne, 1902; Molina, 1998a). Estos hechos encuentran su explicación en el nuevo espíritu surgido a raíz de la Contrarreforma, pues había removido los cimientos de la Iglesia Católica y los frailes se entregaban en igual proporción a la labor evangelizadora como a la civilizadora.

....Veinte años después de la conquista de Luzón, la obra La Memoria de las Encomiendas en las Islas en 1591 revela un extraordinario progreso en la labor civilizadora llevada a cabo por los españoles. Con el pago de las encomiendas y las recaudaciones de las órdenes religiosas se construyeron una catedral en Manila con su palacio episcopal, monasterios de agustinos, dominicos y franciscanos, y una casa de jesuitas. El rey mantenía un hospital para españoles y los franciscanos mantenían otro para los indios. Filipinas fue el primer país asiático en conocer los beneficios del contacto con occidente con la construcción de ciudades urbanizadas, palacios, hospitales, escuelas y universidades, si bien este avance y este progreso no fue gratuito. Por otro lado, el sistema de las encomiendas, así como el pago de tributos, fueron la causa de muchas dificultades y opresión en la América hispana, y tampoco estuvieron exentas de protestas y revueltas estas medidas en suelo filipino.

....A pesar de estos diezmos, y debido en parte al ambiente universitario e intelectual en el que cuajó el sistema educativo, en opinión de Colomé (2000a) y Ortiz Armengol (1990), la filipina era durante este periodo español la sociedad asiática más moderna y avanzada en todos los órdenes: social, administrativo, político y económico. Bajo signo español, las Islas Filipinas se convirtieron en una nación, pero no en cualquier nación, sino en la más adelantada de la época en la zona del sudeste asiático, situación que se prolongó hasta la década de 1970, con la excepción de Japón (Rodao, 2005). En el siglo XIX Filipinas contaba con el mejor puerto de Asia, lideraba el intercambio de materiales preciados, como la seda y la plata, y era considerada como una potencia de primer orden (Rodao, 2003). Es suficiente con comparar, como propone Molina (1998a), el desigual nivel de desarrollo que alcanzaron las ciudades católicas habitadas por los españoles y aquellas que aún hoy permanecen dentro del ámbito pagano y musulmán. El nivel de desarrollo era tal que incluso el número de analfabetos era menor que el de la metrópoli en el siglo XIX (Molina, 1984; García Louapre, 1990; Colomé, 2000a). Sin embargo, como señala Bourne (1902), aunque la capacidad de leer y escribir estaba más difundida en Filipinas que entre la gente común de Europa, había menos material de lectura -exceptuando el religioso- que en ninguna otra comunidad del mundo. Sin que esto supusiera un obstáculo insalvable para la cultura, es en este ambiente en el que surge una élite intelectual que eclosiona a finales del siglo XIX, y que se conoce con el sobrenombre de los “Ilustrados”. Estos jóvenes filipinos no sólo disfrutan de una educación universitaria en Filipinas, sino que completan su formación en Europa , mezclándose con los intelectuales españoles en las tertulias y empapándose de las ideas más progresistas de la época (Rodao, 1998: 130):

El número de filipinos que pasaron por universidades como la de Santo Tomás o por le Ateneo de Manila hicieron que la atmósfera cultural de Manila sobresaliese muy por encima del de las colonias vecinas como las del Reino Unido, Francia u Holanda. Sobre todo a partir de 1870, no faltaron las tertulias, las discusiones, el ambiente agitado y las críticas hacia la ocupación española. Además, un buen número de filipinos tuvo la oportunidad de viajar a la península, donde se podían mezclar con masones, republicanos, librepensadores y anticlericales.

....Esta labor civilizadora y de cohabitación que venimos comentando es atestiguada por el historiador americano Edward Gaylord Bourne (1902), quien recoge algunos comentarios de viajeros extranjeros que visitaron las islas durante el periodo colonial, como, por ejemplo, el famoso explorador francés La Pérouse (cit. en Bourne, 1902: 71), quien visitó Manila en 1787 y escribió:

Three million people inhabit these different islands and that of Luzon contains nearly a third of them. These people seemed to me no way inferior to those of Europe; they cultivate the soil with intelligence, they are carpenters, cabinet-makers, smiths, jewelers, weavers, masons, etc. I have gone through their villages and I have found them kind, hospitable, affable, etc.

....Un par de décadas después, el historiador inglés Crawfurd (cit. Bourne, 1902: 72), establecía una comparación de Filipinas con otras islas del sudeste asiático colonizadas por otros países occidentales que merece la pena reseñar:

Almost every other country of the Archipelago is, at this day, in point of wealth, power, and civilization, in a worse state than when Europeans connected themselves with them three centuries back. The Philippines alone have improved in civilization, wealth, and populousness [...] Upon the whole, they are at present superior in almost everything to any of the other races. This is a valuable and instructive fact.


2. DE LOS AUSTRIAS A LOS BORBONES: SIGLO XVIII

Esta situación cambiará sustancialmente con la llegada de los Borbones al trono, en parte debido a la puesta en marcha de una política más proteccionista con lo español y más agresiva hacia lo filipino, lo que con posterioridad desembocó irremediablemente en la lucha armada de la Revolución Filipina por la independencia política de España (Colomé, 2000a). Antonio Molina en su artículo Colonia no; provincia sí identifica en la decisión de los Borbones de considerar Filipinas como una colonia de España y a sus ciudadanos como seres inferiores -y que, por lo tanto, no disfrutaban de los mismos derechos que los ciudadanos españoles- el germen de esta rebelión. Así lo cuenta Molina en otra de sus obras (1998a, 7):

La ancestral política asimiladora de los Austrias, que inspira los convenios y pactos entre españoles y filipinos, sufre un cambio radical con el advenimiento de los Borbones en España. De provincia regular, en pie de igualdad con las demás regiones españolas, Filipinas se ve convertida en “Colonia de la Corona”. Este status riñe frontalmente con lo convenido y los filipinos se aferran al principio de “Filipinas con España” en oposición al preconizado “Filipinas bajo España”, que propugna el gobierno español” Los filipinos se apoyan en los masones, especialmente los reformistas filipinos radicados en España, y vista la negativa de España a reconocer los derechos de los ciudadanos filipinos como parte integrante de la nación española, invocan a fórmula “Filipinas sin España” como única solución posible, la total emancipación política de la metrópoli y ven en la lucha armada la única solución posible. Así se organiza la sociedad clandestina del Katipunan, que proclama la lucha por la independencia del país, bajo un sistema organizativo de la masonería (estructura, simbolismos, cifrados, métodos, logias, sanciones y normas disciplinarias).

....En tiempos de Felipe II se había reconocido la soberanía española sobre las islas mediante renovados plebiscitos, pero siempre considerando a los habitantes del archipiélago en igualdad de condiciones jurídicas con respecto a los demás territorios del imperio español, distribuidos estos en provincias. Filipinas era parte integrante de la Corona, es decir, una provincia más de España en la cual sus ciudadanos disfrutaban de los mismos derechos y deberes que los ciudadanos peninsulares (Molina, 1984; 2003). La política ultramarina de los Austrias comenzó con el plebiscito de 1598-1600 y tuvo muchos años de vigencia hasta la llegada de los Borbones en el siglo XVIII, quienes además retirarán la institución que regulaba y velaba por los derechos de los habitantes de las colonias españolas, El Consejo de Indias.

[…] los Borbones pasan a ocupar este trono, por mimetismo calculado suprime el Consejo de Indias, que ostentaba la representación de las posesiones de Ultramar y, en su lugar, crea el llamado Ministerio de Ultramar, calco fiel de sus homónimos de Inglaterra, Francia y Holanda (Molina, 2003: s.n.).

....Con este brusco giro en la política colonial, España se desmarcaba de un pasado caracterizado por la convivencia para sumirse en un conflicto hispano-filipino que durará veinte años, acuciado por la pérdida de derechos de los ciudadanos de las islas y los abusos de poder que permite la nueva consideración de Filipinas como colonia. Un decreto de las cortes con fecha del 18 de abril disponía que las posesiones de ultramar, entre las que se incluía Filipinas, pasarían a gobernarse por leyes especiales, excluyendo la práctica de enviar diputados desde estos territorios al cuerpo legislativo de la Corona (Colomé, 2000a: 15). La constitución de 1876 ratifica esta situación y legisla todo el siglo XIX, en un tiempo de ostracismo medieval y de abusos indiscriminados.

....Al igual que la política transatlántica de los Borbones marcaba una clara ruptura con el periodo anterior en Filipinas, lo mismo sucedía en el aspecto económico. Si bien la segunda mitad del siglo XVII se había caracterizado por una marcada decadencia a causa del conservadurismo de los Austrias, con políticas de restricción comercial y una centralización del gobierno de la metrópoli que impidió el desarrollo de una clase de oficiales coloniales energéticos y progresivos -así como una mayor prosperidad y progreso en las islas-, la llegada de los Borbones al poder supuso una apertura comercial sin igual que benefició el libre comercio y el enriquecimiento de una clase acomodada. Es por esto que Rodao (1998c: s.n.) apunta que “El cambio de dinastía de los Austrias a los Borbones a principios del siglo XVIII supuso una vigorización momentánea”. Se enviaron también nuevas delegaciones de soldados y misioneros en 1705 a las Islas Carolinas, por ejemplo, tratando incluso de reforzar la presencia de la Corona en Asia y de explorar posibilidades para conquistar nuevos territorios en esta zona. En 1778 los reglamentos consagraban el libre comercio sin imposición de aranceles a la importación-exportación entre España y Filipinas, se llevó a cabo la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País y el establecimiento de la Real Compañía de Filipinas. Así, los filipinos se sentían parte de un engranaje comercial nuevo e industrial que propiciaba el enriquecimiento de familias filipinas, pero siempre con beneficio para la metrópoli “en lugar de formar parte del imperio español comandado por Dios”, como ocurría en el tiempo de los Austrias (Colomé, 2000a: 11). Como consecuencia de este liberalismo imperialista se fue suscitando la conciencia racial que consideraba superior al occidental y, en base a esto, se justificaron los abusos contra la mayoría de la población.

....Estas medidas liberales tendían a dinamizar una situación de estancamiento secular en el terreno económico. El gobierno de Felipe II había prohibido en 1591 todo comercio directo entre Perú y otras regiones de Suramérica con China y Filipinas, siendo el comercio de Filipinas con México reducido a 250.000 dólares anuales para las exportaciones a Méjico y 500.000 dólares para las importaciones de México. Todo producto chino exportado a Nueva España debía ser consumido allí y el transporte de telas chinas a Perú estaba absolutamente prohibido. Como se produjeron frecuentes incumplimientos sobre estas órdenes, en 1603 se prohibió todo comercio entre Nueva España y Perú. A causa de este mal comercio, se decía que la Corona perdía dinero en Filipinas, debido a una equivocada política comercial y una progresiva expansión de sus territorios. Las grandes posibilidades de Manila como entrepuerto de comercio asiático apenas se aprovecharon, pues aunque se comerciaba con los países orientales, se negó el comercio con los europeos, lo que obstruía el crecimiento del comercio con China por la falta de mercancías en el viaje de vuelta, como consecuencia de las restricciones señaladas sobre el intercambio de negocio con América. El escaso comercio entre México y Filipinas produjo beneficios que aprovecharon únicamente los españoles que vivían en Filipinas y las órdenes religiosas, lo que, consecuentemente, redujo la calidad de vida en las provincias y acentuó la corrupción a partir de la segunda mitad del siglo XVII, produciéndose continuos abusos sobre los nativos de las islas, el pago desorbitado de impuestos y la falta de derechos de los ciudadanos de los territorios conquistados, iniciando una segunda fase de la colonización que contrastaba por su oscuridad con la convivencia pacífica y constructiva de la llegada y asentamiento de los pobladores hispanos (Bourne, 1902).

....En cuanto a las consecuencias de la centralización del gobierno español de los Austrias, las órdenes reales y la respuesta a los problemas surgidos en las colonias -al igual que sucedía en la América hispana- llegaban tarde, cuando ya habían surgido otros nuevos, siendo la falta de control directa una de las causas que avivó los casos de corrupción y cohecho en las colonias, especialmente en las Islas Filipinas, donde el poder estaba en manos de unos pocos y los cargos del gobierno pasaban por Filipinas de forma temporal, siendo una cantidad poco representativa la que se quedaba a vivir en el país. Filipinas se había subdividido administrativamente en Provincias gobernadas por alcaldes mayores, quienes ejercían funciones ejecutivas y judiciales. El tribunal provincial estaba formado por el alcalde mayor, un asesor que era abogado y un notario. Al no existir prohibiciones para que el alcalde mayor se dedicase al comercio y debido a la lejanía y la falta de control del gobierno de España, el alcalde en Filipinas podía utilizar su autoridad y su poder legal para conseguir ventajas económicas, priorizando el negocio sobre su labor administrativa y explotando a los indígenas sin miramientos. Entre los gobernantes venidos desde España había pocos cargos que acumulaban demasiado poder. En muchos casos, la calidad humana y la formación de los que ocupaban estos cargos era, cuanto menos, dudosa, lo que alimentaba el favoritismo y la corrupción en las operaciones comerciales llevadas a cabo en las islas, hechos difíciles de controlar por la Corona a causa de la distancia física que separaba las islas del reino de España (Sánchez Gómez, 1998).

....Este empeoramiento del régimen de los Austrias tuvo que ver también con el supino esfuerzo que hizo la Corona para retener y solidificar su poder en Europa, al mismo tiempo que trataba de mantener los nuevos territorios de América y Filipinas, en un momento, además, de expansión económica y colonial de las potencias europeas a mediados del siglo XVII, como era el caso de Francia, Holanda e Inglaterra. Esta situación de debilitamiento y decadencia, como decimos, se remedió parcialmente con la llegada al trono de los Borbones, que, sin embargo, vino también acompañada de otros males. Hubo, por una parte, una potenciación del comercio liberal y un contagio beneficioso de las políticas educativas ilustradas, aunque continuó la corrupción y el cohecho, especialmente debido a la llegada a las islas de personal del gobierno poco formado y sin apenas experiencia. En este sentido, cabe hacer especial mención sobre el sistema judicial español en Filipinas en el siglo XIX, que fue uno de los aspectos en los que los Ilustrados fijaron sus propuestas de reforma. Una de las críticas más sangrantes a este sistema fue la de imponer penas leves por corrupción a los ciudadanos españoles, por suponer un desprestigio de la raza y de autoridad ante el indígena . En este sentido, cuenta Sánchez Gómez (1998: 96) que había dos visiones emparentadas en la península sobre los habitantes de las tierras conquistadas de ultramar:

Unos (los liberales y progresistas) buscan la “asimilación” de Filipinas a la península, reconociendo ciertas capacidades en la clase indígena. Para los conservadores, sin embargo, los habitantes de las islas continúan siendo niños a los que resulta imposible asimilar y a quienes debe guiarse en todos sus actos.

....Sin embargo, Sánchez Gómez (1998) no culpa a la legislación española de este sistema judicial, sino a la falta de cumplimiento de las leyes de aquellos miembros del gobierno enviados a Filipinas, pues el poder estaba en manos de unos pocos y las islas estaban -en espacio y tiempo- muy alejadas de la península, por lo que este autor argumenta que “los informes elaborados en las islas siguen allí, sin ser conocidos por el ministerio nada más que a través de referencias indirectas, lo que imposibilitaba la supervisión de la metrópoli. En realidad, parece que nunca se remitieron a la península” (p. 97). Esto era así a pesar de haberse intensificado la labor burocrática en las islas con decretos que insistían en la creación de gobiernos civiles (1886), ayuntamientos (1889) y un nuevo régimen municipal (1893).
En su artículo, Sánchez Gómez (1998) insiste en la grave situación de la administración de las islas en el siglo XIX, en el mal gobierno y en el desconocimiento profundo que se tenía en España sobre la situación real de las islas. El preámbulo del decreto del 16 de agosto de 1870 señalaba las causas de este inmovilismo y culpaba a la desobediencia y a la incompetencia de los que ejercían el poder en el gobierno de las islas con respecto a las órdenes que llegaban de la península:

Estas causas son muchas y complejas, pero al frente de todas ellas, y aparte el injustificado olvido de la opinión pública, figura su viciosa e ignorante administración, de la cual pudieran hacerse las más severas críticas sin temor de ofender a la justicia. Desde hace largo tiempo los Gobiernos, teniendo en ello por cómplice a la opinión, han creído que para servir los puestos públicos de Filipinas eran aptos los que no podían servir en la península, ni aún con las pocas exigencias que la Administración española ha llegado a tener. De aquí una debilitación constante del poder español y una incapacidad creciente en aquella Administración para cumplir los fines que el país le encomienda. Todos los informes de las Autoridades superiores están llenos de quejas de este mal; y apenas, dice una de ellas, pueden ya neutralizarse los efectos de este sistema con las honrosísimas, pero contadas excepciones que podría señalarse.

....Uno de los signos distintivos del gobierno de las islas durante la dinastía de los Borbones en el siglo XIX fue el acentuado grado de corrupción de esta Administración de Justicia, como lo relata crudamente en su correspondencia privada el gobernador general, Ramón Blanco, al Ministro de Ultramar, Antonio Maura, en 1893 (Sánchez Gómez, 1998: 99):

No sé todavía lo que haré, porque pasar el expediente a los Tribunales es casi lo mismo que sobreseerlo, porque los Juzgados en este país están todavía peor que los Gobiernos y no hay atrocidad que no sea posible en el Juzgado de Filipinas […] Lo que está perdido es la administración de Justicia. La gran mayoría de los Jueces no prevarican ya, eso es poco: roban como otro ladrón cualquiera, y lo grave del caso, que encuentran apoyo en las Audiencias cuyo personal es muy deficiente y el que no es débil y transige con los malos […] En este país las cárceles son un medio de lucro; y se entra o se sale de ellas según el dinero de que se dispone. Hombres hay que se pudren en ellas y se mueren porque así lo quiere o le conviene al juez; respecto al procedimiento, de ése nadie se ocupa ni a nadie le importa: la cuestión es mantener constantemente la explotación de las cárceles.

....A esto se le une la subida de los impuestos que la nación española impuso para rentabilizar su permanencia de las islas, lo que condujo a la consideración de las colonias como una naranja que había que exprimir desde la metrópoli, sin contar en absoluto con los derechos de los ciudadanos, que eran violados repetidamente (Sánchez Gómez ,1998: 103). La mayor riqueza económica hasta entonces había recaído en el intercambio comercial del galeón de Manila, que transportaba los productos del sur y sureste asiático a la América Hispana a través de México. Hasta entonces, además de la finalidad evangelizadora, este había sido el motor económico que justificaba la estancia colonial en las islas (Alonso Álvarez, 1998; Colomé, 2000a). Una vez interrumpido este comercio con México, la economía filipina se readapta a la explotación de los recursos agrarios de las islas, mejora el comercio por el liberalismo y crece la economía filipina. En esta nueva etapa del colonialismo español se explota el tabaco, el azúcar y ábaca principalmente, además de otros productos agrícolas, y se mantienen siete fábricas españolas de tabaco a bajo coste que abastecen las necesidades de la península. Por todo ello, afirma Alonso Álvarez (1998) que, contrariamente a lo que se comenta, Filipinas le resultó rentable al gobierno español, al menos en esta segunda etapa que comentamos:

El estado colonial financiaba los costes de mantenimiento del Imperio en las islas Filipinas: de realizarlos inicialmente la Corona española pasaron a recaer sobre los hombros de los naturales de las islas […] En conjunto, pues, hemos de afirmar que para España, y contra todo lo que ha dicho la literatura imperial de todas las épocas, las Filipinas resultaron ser una magnífica inversión, al menos durante los siglos XVII y XVIII -y en el XIX de otra manera-, que estuvo además financiada por los propios filipinos en su mayor parte, y que facilitó el florecimiento de todo tipo de actividades comerciales y financieras para los particulares españoles. (Alonso Álvarez, 1998: 110).

....El repaso de la economía filipina durante la colonización española que hace Alonso Álvarez (1998) en el artículo Coste y beneficio del Imperio español en Filipinas evidencia como -especialmente tras la supresión de la ruta del galeón- España rebajó los costes a costa de los filipinos, sobre cuyas economías domésticas recaía la recaudación necesaria para mantener operativo el gobierno en las islas, propiciando un mayor rendimiento económico de los beneficios y las revueltas del siglo XVIII que, como consecuencia, condujeron con posterioridad a la revolución armada.

....Colomé (2000a: 9) observa que aunque en el siglo XVIII comienza la segunda parte de la consolidación y desarrollo económico de la nación filipina, es también la época en la que disminuye la dinámica de asimilación e hispanización cultural implantada por los Austrias. Esto es debido a la distinta mentalidad política de los Borbones, impuesta de forma coyuntural en el país a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Filipinas pasa de ser provincia a ser colonia por la pérdida de interés de los Borbones en la fórmula integradora que habían llevado a cabo los Austrias en las islas, lo que produjo un fuerte desencanto -que llevó a un progresivo separatismo- entre la población. Sin embargo, no es completamente negativa la aportación de este gobierno, pues el comercio experimentó un progreso espectacular y el archipiélago se benefició de algunas de las secuelas del despotismo ilustrado, como las reformas educativas, la implantación del servicio de correos, la expedición de Malaespina o la promoción de la enseñanza del español (Colomé, 2000: 11).

....Sawyer (Bourne, 1902: 75) aporta un testimonio diáfano de cómo cambiaron las islas en esta segunda fase de la colonización y de cómo, a pesar de ello, aún conservaba su bonanza a finales del siglo XIX, sin parangón con otras colonias europeas:

Until an inept bureaucracy was substituted for the old paternal rule, and the revenue quadrupled by increased taxation, the Filipinos were as happy a community as could be found in any colony. The population greatly multiplied; they lived in competence, if not in affluence; cultivation was extended, and the exports steadily increased. Let us be just; what British, French, or Dutch colony, populated by natives can compare with the Philippines as they were until 1895?



3. EVANGELIZACIÓN E ILUSTRADOS: SIGLO XIX

Otro punto de encuentro en el entendimiento entre ambos pueblos que constantemente se ha reseñado en los escritos referidos a la permanencia de España en las islas es la de la rápida evangelización aceptada por los habitantes de Filipinas. En tan solo 25 años se había evangelizado a 650.000 filipinos, deteniendo el avance del Islam en Luzón, que había llegado a Manila desde los territorios del sur (Colomé, 2000a). Molina (1998a: 2) refiere la importancia en esta empresa del trasfondo pagano de los filipinos, lo que facilitó la aculturación y la convivencia, aceptando de buen modo lo que venía de fuera.

....Según Bourne (1902), las creencias religiosas de los malayos no estaban muy arraigadas y cedieron con facilidad a los esfuerzos de los misioneros, especialmente por lo impresionante de la escenificación en las ceremonias. Es por ello que, en muchos lugares, como testimonia Colomé (2000a), había una mínima representación española formada por dos hombres, el alcalde o el sacerdote. Habiendo tan escaso número de españoles en muchas de las poblaciones filipinas, no es de extrañar que la lengua española nunca llegase a cuajar de manera significativa en las islas, al contrario de lo que sucedía en las ciudades más pobladas, donde podían encontrarse hasta unos 200 españoles y donde el castellano era la lengua en la que se comunicaban hasta un 50% de sus habitantes . Si tenemos en cuenta que a principios del siglo XIX sólo 6 de cada 10.000 habitantes eran españoles (Colomé, 2000a: 13), resulta extraño que esta insignificante cifra pudiera mantener la presencia hispana en las islas, de no haber sido sostenida mediante un común acuerdo de convivencia pacífica y de intercambio mutuo. A este respecto, Tomás de Comyn (cit en Bourne, 1902) narra cómo un anciano religioso podía dormir tranquilamente a pierna suelta con la puerta de su casa abierta en medio de una comunidad filipina de entre 5, 10 o 20.000 habitantes, con la seguridad absoluta de que nada malo le iba a ocurrir. Esta bucólica imagen se contrapone a la descrita en las novelas de Rizal sobre esas monstruosas figuras de frailes sádicos sedientos de látigo, comprensible sólo desde el momento histórico que atravesaba Filipinas y de los tintes reformistas que impregnaban los escritos del héroe filipino. Como relata Ocampo (2002), habría religiosos tales como los que relata Rizal, pero, de ningún modo, esta imagen sería generalizable a todos ellos. Sirvan como ejemplo las palabras que le dedicaba Aguinaldo a Fray Tomás (cit. en Ocampo, 2002: s.n.) el 8 de enero de 1897 en respuesta a su carta, nueve días después de la ejecución de José Rizal:

. . . Every time I remember your great goodness of heart, I have raised my eyes to God and I have always said that if all the Spaniards were like you, there would never have been or ever would be an insurrection. It should be clear, Reverend Father, that this option has been caused in me by the repeated abuses, insults and machinations of your compatriots who desire to do us harm. If this had not been the case there would have been no rebellion (en inglés en el original).

....Dejando atrás la leyenda negra y la impronta negativa forjada por el anticlericalismo masónico de los Ilustrados, quienes llegaron a denunciar el abuso de algunos misioneros, no se ha de cometer el error de generalizar sobre el total de los religiosos. Así, son muchos los intelectuales filipinos que solicitan una revisión histórica sobre la función de estos frailes y de la ocupación española en general que, por otra parte, también contribuyeron al avance social y económico del país (Farolán, 1998; Molina, 1984; Colomé, 2000a; Gómez Rivera 2000a; 2000b; Ocampo, 2002, etc.). En lo cultural, la crítica más feroz que se ha hecho sobre la labor interesadamente paternalista de estos religiosos, es la de haber sumido el ambiente intelectual de la época -en sus manos estaba la educación primaria, secundaria y superior- en una eterna Edad Media, mediante instituciones ancladas en los obsoletos métodos escolásticos (Farolán, 1997). El astrónomo francés Le Gentil (cit. en Bourne, 1902: 78) cuenta como era el conocimiento científico en las universidades de Manila a partir de la descripción de un ingeniero español: “in the sciences Spain was a hundred years behind France, and that in Manila they were a hundred years behind Spain”, argumentando que de electricidad sólo se conocía el nombre, estando los experimentos prohibidos en este campo por orden de la Inquisición. Esta intervención de la Iglesia en la educación, enseñando sólo aquello que quería enseñar, la casi exclusiva publicación de libros de temática religiosa, la marcada censura sobre la ciencia impuesta por la Inquisición y el espionaje de las conciencias de los devotos, conducen irremediablemente al clima que describe Farolán (1997: s.n.) –apoyado en el testimonio de José Rizal– en La búsqueda de la identidad filipina:

Rizal reflejó en sus escritos que el reino español en Filipinas fue un régimen de la edad oscura y medieval, la extensión de la Inquisición española. Mientras que Europa disfrutaba de la edad de la industrialización, España y sus colonias todavía estancaban en el ambiente medieval. Rizal no era anti-hispanista; fue más bien anti-clerical, porque veía que los clérigos hicieron que España regresase en su modo medieval en vez de seguir adelante con el resto de Europa.

....Estas condiciones impedían todo avance intelectual, así como la llegada de las novedades científicas y del conocimiento moderno, que fueron tensamente bloqueados. Sin embargo, esta situación no impidió que las ideas de la Revolución Francesa y el eco de la independencia de las colonias americanas llegasen a oídos de la clase ilustrada filipina. Este grupo de intelectuales había recibido su educación en las mejores escuelas del archipiélago y, en la mayoría de sus casos, habían completado su formación en Europa. No obstante, eran miembros de familias que se habían enriquecido gracias a la legislación que amparaba el libre comercio en la etapa de los Borbones. Resulta, por lo tanto, paradójico -y sin precedente en otras colonias de países occidentales- que la Revolución Filipina se gestase en lengua castellana y en tierra española a través del intercambio intelectual con los liberales españoles en las tertulias decimonónicas y mediante la fundación del movimiento reformista de la “Solidaridad” en Barcelona. Es decir, que sin España -como también sucedió con otras colonias americanas- no hubiera habido revolución.

....Martín Corrales (1998) registra este deambular y detalla con precisión el número de personalidades que visitaron España durante los siglos XIX y XX, hecho desde el que se entiende la posición de Recto (Fernández, 2003; Farolán, 2006; De la Peña, 2008) al defender la hispanidad como parte integrante de la identidad filipina, pues la formación de los intelectuales se hacía bajo el mecenazgo español y continuaba en la península : estudiaban la cultura, la lengua, la literatura, los estilos artísticos españoles, etc. Por otra parte, la influencia española hasta hoy en las artes, la música, la comida, los bailes folclóricos y otras actitudes y costumbres cotidianas filipinas son más que evidentes, como relata de forma brillante Molina en su ponencia en la SEECI ¿Qué queda de España en Filipinas? (1998b). Sin esta clase privilegiada que bebió de las raíces culturales españolas y utilizó su lengua como medio de expresión, no hubiéramos hablado nunca en la historia filipina de revolución, ni de conceptos tales como la independencia, la unificación de los territorios bajo una misma bandera y la fundación de la primera república asiática, acontecimientos inviables desde el estado tribal en que se encontraba Filipinas a la llegada de los españoles. Por todo ello, esta clase ilustrada representa el testimonio imperecedero de la honda huella dejada por la cultura española en Filipinas.

....Por otro lado, la relación de la Iglesia con el gobierno siempre fue tensa en Filipinas, recordando la rivalidad entre Papas y Emperadores propia de la época medieval. Desde que Felipe II pusiera la evangelización (Alonso Álvarez, 1998; Colomé, 2000a; Rodao, 2004) como prioridad de la permanencia en Filipinas -debido en parte a la lejanía y a la falta de riquezas o de depósitos de oro y plata-, los religiosos, conscientes de la influencia que ejercían entre la población y del poder que suponía ser el intermediario natural en la mediación de los representantes del gobierno español con los mandatarios filipinos que habitaban en los pueblos -amén de una posición privilegiada en las grandes ciudades- (Quilis,1989;1992; Gerona, 1998; Colomé, 2000a; Pascual, 2003; Rodao, 2004; 2005), se opusieron a la conquista de otras zonas en Asia (Rodao, 2004). Al igual que el gobierno de las Filipinas dependía de Nuevo México, las Islas Carolinas, las Islas Marianas y Palaos se gobernaban desde Filipinas. Era por mantener esta influencia por lo que los religiosos -con el fin de perpetuar su presencia en las islas mencionadas- se oponían abiertamente a la conquista de nuevos territorios , lo que hubiera supuesto una sangrante pérdida de efectivos militares, trabajadores, bienes económicos y una mengua de su poder sobre el archipiélago (Gerona, 1998). Este hecho pone de relieve el fuerte peso político que ostentaba la Iglesia en las decisiones de Estado. Primó siempre en la colonización española el miedo de los religiosos a que los recursos del estado fueran a parar a otros países y que la evangelización en ellos no llegara a producirse o se hiciera con gran dificultad, como habían demostrado las pioneras incursiones que habían intentado las órdenes religiosas en otros países asiáticos. Como consecuencia de esta actitud conservadora, el aislamiento de España en Asia -relegada a los territorios de Filipinas y Micronesia mientras otros países europeos se extendían por esta zona en el siglo XIX- hizo patente la debilidad y la decadencia de un gobierno que entró finalmente en una profunda crisis con Isabel II (Rodao, 2003).

....Otra desatención frecuente de los religiosos a los poderes civiles que señalan los historiadores, y que contravienen los deseos expresos de la Corona, es la de predicar en las lenguas nativas, en lugar de seguir los decretos reales que llegaban desde España. Los religiosos se habían excusado de esta responsabilidad por la labor prioritaria que suponía evangelizar a los indígenas, y justificaban su posición por el bajo número de religiosos y por la amplia diversidad de los pueblos y de lenguas que encontraron desde su llegada a las islas. En 1609 Antonio de Morga (2008) relataba la diversidad de lenguas y culturas halladas en estos territorios, lo enraizadas que estaban y lo difícil que era establecer comunicaciones entre territorios tan distantes. La rentabilidad que suponía predicar en las distintas lenguas nativas para llegar más directamente a los filipinos era razón suficiente para no invertir años en una empresa tan magna como inviable, como era la de la enseñanza del español, especialmente cuando se contaba con tan escasos recursos humanos para acometerla.

....Por lo tanto, se advierte en estos hechos que la Iglesia tuvo un papel decisivo en la ocupación de las islas, cosechando una valoración desigual en lo que atañe al desarrollo y al estatismo de los distintos proyectos llevados a cabo en el archipiélago. En cuanto a su relación con la nueva clase burguesa hispanofilipina, la Iglesia se opuso a las nuevas ideas reformistas que defendía este grupo, muy críticas con el gobierno de la Corona y, en especial, con el clero. Las tesis independentistas que defendían se difundieron mediante publicaciones periódicas en la prensa, manifiestos, tertulias, etc. que se financian en el seno de una clase acomodada surgida a raíz de la bonanza económica de principios del siglo XIX. Este impulso independentista se materializa en 1882 con el surgimiento de “La propaganda”, un movimiento político que reivindica la condición jurídica de Filipinas como provincia y los derechos de los habitantes de las islas. En 1889 se publica en Barcelona el quincenario de “La Solidaridad”, en el que se insiste en las ideas independentistas y se echa un pulso al gobierno español en su decisión de permanecer junto a España o de separarse, hastiados ya de no ser miembros integrantes de la nación española, a la que consideraban como propia. La intransigencia del gobierno español en reconocer legalmente la convivencia de españoles y filipinos -al considerar las Islas Filipinas como una colonia en lugar de una provincia del reino- desencadenó el conflicto armado. Dentro de las dos tendencias independentistas, la reformista apostaba por una solución pacífica, mientras que el otro grupo, el de los revolucionarios, abogaba por el uso de las armas para conseguir la autonomía de un gobierno injusto que ya no les consideraba como hermanos. Este colectivo se estructura en movimientos como el Katipunan, con dirigentes como Andrés Bonifacio, Emilio Jacinto y Emilio Aguinaldo, apoyados por los recursos financieros de Luis R. Yangco y Francisco L. Roxas. Fue esta segunda fuerza la que se impuso, especialmente tras el vencimiento de los reformistas en la figura de José Rizal. Como acertadamente señala Colomé (2000a: 50) el fusilamiento de Rizal supuso un antes y un después en la situación de las islas, pues los revolucionarios lo convirtieron en el mártir de su causa y se aceleró el levantamiento armado en detrimento de las tesis unificadoras que exigía al gobierno español el bando reformista. Pero lo que es aún más importante, como afirma Colomé (2000a: 50), porque “el curso de la historia de Filipinas hubiera sido muy distinta de haber vivido Rizal después de la Declaración de Independencia”, pues con seguridad el primer héroe filipino hubiera apelado al pasado común con la nación española, con el fin de evitar la entrada de los norteamericanos en las islas bajo la excusa de una falsa liberación que escondía, como posteriormente pudo comprobarse, intenciones imperialistas colonizadoras. Su gran amigo Blumentritt, un checo enamorado de Filipinas -a quien Rizal dedicó una de las tres cartas escritas antes de su muerte- advertía también de los peligros de caer en la influencia de los Estados Unidos aireando un fuerte sentimiento antiamericanista. Él conocía perfectamente la situación de las islas, tras haber intervenido en el Tratado de París, así como en la Revolución Filipina y en otras reformas, continuando la labor realizada por Rizal.

....Atrás quedaban siglos de convivencia con sus luces y sombras. Lejana y débil sonaba ya la palabra del pueblo filipino que en referéndum y en mayoría decidió por voluntad propia convivir y asimilarse a los españoles, aceptando su gobierno en 1578 . Pero no fue únicamente mediante la palabra del pueblo que se firmó este pacto, sino con la generosa entrega de su sangre en el campo de batalla para repeler los ataques de portugueses, holandeses e ingleses durante la ocupación española, combates en los que filipinos y españoles lucharon en el mismo bando para defender con su vida un proyecto común. Esta lealtad se mantuvo inalterada aún después de la ocupación norteamericana de las islas, cuando miles de españoles residentes en Filipinas, mestizos y filipinos, acudieron a la Guerra Civil española para luchar en uno u otro bando , defendiendo sus principios y su ascendencia hispánica en un conflicto que implicó a la sociedad filipina dentro y fuera de la península.


4. COLONIZACIÓN ESTADOUNIDENSE Y DESHISPANIZACIÓN: PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX

Si bien la convivencia hispano-filipina se había roto en el siglo XIX hasta convertirse en una cadena para el país asiático, esta relación toca a su fin definitivamente con la entrada en escena de los Estados Unidos de Norteamérica en el Pacífico. Antes de estos hechos, el 30 de diciembre de 1896, tras la ejecución del máximo representante de los reformistas ilustrados, José Rizal, el pueblo filipino optó por la vía revolucionaria que trataba de conseguir la independencia mediante el uso de la fuerza y la violencia (Rodao y Rodríguez, 2001). Los reformistas ilustrados se habían mostrado reticentes a estos métodos para centrarse en la denuncia del cambio de estado de Filipinas de provincia a colonia y los abusos del régimen colonial que este cambio conllevaba (Molina, 1984; 2003), con el fin de despertar la conciencia del gobierno español para acometer reformas urgentes. Estas negociaciones se recuperaron con el cese de las hostilidades y la firma del Pacto de Byak-na-bató . A pesar de ello, Estados Unidos interviene en este conflicto, deseoso de contar con el apoyo de la resistencia filipina y con el objetivo definido de expulsar al gobierno español del archipiélago. Las autoridades norteamericanas establecieron entonces contacto con los dirigentes de la Revolución Filipina y acordaron en las reuniones de Singapur y Hong Kong la reanudación de la lucha armada por la Independencia de Filipinas como un deber patrio, rompiendo así el pacto de paz y no agresión firmado con España. Es con la ayuda norteamericana y con las dotes persuasivas de las fuerzas revolucionarias exiliadas con las herramientas con las que se libran las batallas más trascendentes hacia la Independencia de Filipinas de España. Tras destruir la flota española en la bahía de Manila, los norteamericanos conceden a los filipinos el reconocimiento de su Independencia el 12 de junio de 1898, proclamándose la Primera República Filipina el 23 de enero de 1899 con la Constitución de Malolos. El desarrollo de estos acontecimientos puede consultarse con mayor detalle en los escritos de un testigo presencial, Manuel Sastrón (1901), en La Insurrección Filipina y la Guerra Hispanoamericana. Con la proclamación de la Primera República Filipina se crea una constitución -la de Malolos- y un himno -el de Palma-en español y Aguinaldo se convierte en el primer presidente. Sin embargo, el 4 febrero de 1899, dos meses después de la firma del Tratado de París -que tuvo lugar el 10 diciembre de 1898-con el que España cedía Filipinas a Estados Unidos, comenzaba la Guerra filipino-americana. Farolán (1997) narra cómo esta traición de los norteamericanos -y de los filipinos ajenos a la causa republicana que colaboraron con ellos-obliga al pueblo filipino a levantarse en armas en contra de los Estados Unidos, en una cruenta guerra que se reprimió cruelmente y que diezmó la población en un primer genocidio de la población hispana. Señala también este autor cómo Aguinaldo, uno de los protagonistas centrales de la historia de las islas en estos años, veía que entre los dos colonizadores, Filipinas tenía más que ver España que con los Estados Unidos y la consideraba a la luz de los hechos más honrada que ésta última.

...Como comenta Agustín Pascual (2003) en El drama de la re-colonización, el año 1898 es una fecha de muchas desilusiones porque Filipinas no necesitaba otra colonización tras más de tres siglos de administración española, argumentando que los filipinos ya habían luchado suficientemente por la independencia de su país durante el siglo XIX. Tal fue la decepción de la élite filipina cuando tras el combate de Cavite y la rendición española, los norteamericanos no permitieron que el ejército filipino entrase en Manila . Filipinas contaba ya con los dirigentes y los recursos económicos, culturales, políticos y militares necesarios para afrontar las necesidades de un Estado moderno y, en este contexto, la sustitución de un colonizador extranjero por otro no ayudaba en absoluto a la formación de una identidad nacional propia, la cual había empezado a florecer con fuerza durante los años de conflicto a finales del siglo XIX.

....Cuando Aguinaldo proclamó la primera república en Asia no podía imaginar que al poco tiempo la República de Malolos y el sueño del gobierno a cargo de los propios filipinos se convertirían en ceniza, dejando a su paso una estela de más de un millón de muertos. Tampoco podía imaginar que su país dejaría de ser la gran potencia que fue, la que había adoptado los avances traídos de occidente con anticipación al resto de países asiáticos. Como comenta Rodao (1998a: 117):

[…] lo que Aguinaldo nunca llegó a pensar, aunque murió en 1964, fue que sus vecinos superarían a su país”, ya que hasta esas fechas “el tamaño y las perspectivas de la economía de Filipinas eran superadas en Asia sólo por Japón, pero en los últimos treinta años la situación ha cambiado radicalmente.

....Para España, de otro lado, la Independencia supuso un alivio significativo, pues la Corona ya no podía mantener las colonias y con la pérdida de Filipinas terminó vendiendo sus últimas posesiones en el Pacífico a Alemania (Rodao,1994a). Esto se tradujo en un alejamiento, desinterés y un abandono de Filipinas por parte de la metrópoli que se prolongó durante décadas. La hipótesis de Rodao sobre la desvinculación total de España sobre las posesiones del Pacífico se fundamenta en el continuo drenaje de plata que supuso su mantenimiento y el mal funcionamiento de la burocracia durante el siglo XIX, que dificultaba el buen gobierno de las islas. Es por ello que llegados al siglo XX no había en España una conciencia asiática real, mientras que se lloraba la descolonización en Hispanoamérica (Rodao, 1992). No obstante, la pérdida de las últimas posesiones ultramarinas sumió al país -hasta entonces imperial y de cierto peso político en el orbe mundial- en una depresión colectiva:

[…] dolor por el desastre militar y la aversión hacia los Estados Unidos por el statu perdido en un tiempo en que la importancia de las naciones se medía según la extensión de kilómetros cuadrados bajo su bandera, es necesario diferenciar lo que pasó en el caso de las colonias en el Caribe (Puerto Rico y, principalmente, Cuba) y en las del pacífico (Micronesia y, principalmente, las Filipinas) […] Los lazos con las Filipinas, por otro lado, no eran tan fuertes y, más aún, se podría decir que surgió progresivamente un sentimiento en la península de haberse liberado de una pesada carga: no había habido beneficios de tal colonización y el dominio en Manila era ampliamente percibido como el mas ineficiente de todos y controlado por las órdenes religiosas (Rodao, 1998b: 69).

....Como comenta Rodao, la descolonización de Filipinas no fue equiparable a la de Cuba e incluso llega a insinuar que se vio con cierto alivio desde la península. De hecho, hasta los valores religiosos que alimentaron la cruzada del Pacífico habían empezado a ser prescindibles con el auge de la masonería y de las ideas de la Revolución Francesa esgrimidas por los reformistas y los revolucionarios filipinos que combatían al gobierno español. Estos movimientos nacionalistas reclamaban una forma de gobierno laica en la que se separara el poder político del eclesiástico y en la que se reivindicaban las ideas de libertad e igualdad, conceptos ambos que el gobierno colonial había dejado de proporcionar a lo largo del siglo XIX con sus abusos indiscriminados de poder y con la corrupción imperante en ese tiempo (Rodao, 1998b). El poder eclesiástico había perdido también su imagen positiva en Filipinas y empezaba ahora a ser visto como un residuo medieval que se identificaba con tiempos pasados, como un impedimento para el avance, el progreso y la lucha por las libertades personales.

....Esta nueva identidad nacional independiente renunciaba a muchos de los valores traídos por los españoles, aunque no dejaba de adoptar otros. Por ello, a pesar de que el talante de los reformistas y revolucionarios filipinos se había mostrado abiertamente anticlerical, lo cierto es que nunca se declararon antihispanistas. Muestra de ello es que tanto el proceso revolucionario como los textos independentistas se escribieron en lengua española y abundaban en sus prácticas los guiños a las costumbres y a la cultura españolas (Rodao, 1992).

....Es debido a esto que Manuel Montoya (2003) propone no confundir el anticolonialismo filipino con el antihispanismo fomentado por los Estados Unidos de forma intransigente, sin olvidar nunca que los ilustrados rechazaban a los frailes, pero no a Cervantes. A pesar de que fracasaron los intentos políticos y las ambiciones de la Corona y las de la Iglesia, la lengua y la cultura permearon en la sociedad mezclándose con las autóctonas y conformando la identidad propia del filipino.

[…] los gobernantes americanos estaban ciertamente sorprendidos de lo difícil que era distinguir a la colonia española de la filipina en sí o de cómo se interesaban y participaban los filipinos en los asuntos propiamente españoles, tal como ocurrió con la Guerra Civil (1936-1939) (Rodao,1994a: 9).

....La convivencia y el mestizaje que habían mantenido ambos pueblos por más de tres siglos había producido una mutación en el carácter del filipino, surgiendo de ella una identidad mixta que conserva a día de hoy en su idiosincrasia rasgos claramente hispanos y que mantuvo vivo el hispanismo hasta los años 40. De hecho, el número de españoles a finales de la década de 1930 estaba entre 3.000 y 4.000, integrados en la sociedad filipina, por lo que era difícil distinguir a un mestizo de un español (Rodao, 1994a). Estos rasgos de los que hablamos son todavía observables en la actualidad en la religión, la música, la comida, los bailes, etc. (Molina, 1990; 1998b). Con la entrada de los Estados Unidos en la historia de Filipinas, los habitantes de las islas reivindicaban -al igual que sucedía con el pueblo chamorro- la superioridad cultural de España sobre los Estados Unidos y, como signo de esta asimilación, preferían seguir utilizando la lengua española (Rodao, 1996). No obstante, la cultura española se emparentaba con la tradición clásica europea, por lo que los filipinos que la conocían, la anteponían a la de los americanos, a la que miraban con desdén.

...Sin embargo, es dentro de este ambiente en el que comienzan a tambalearse todos los principios -ya habían empezado a entrar en una profunda crisis social en los siglos XVIII y XIX-que habían mantenido la Corona y la Iglesia durante el periodo español, incluso los de mayor calado. La política norteamericana se encargó de escindir los pocos lazos aún tendidos entre ambos países y de apuntillarlos al evidenciar el manifiesto desinterés de la metrópoli por el país asiático. Para ello, se dedicó en cuerpo y alma a una labor combativa que desterrara todo resto de hispanidad en las islas, para imponer su estructura propia y su característica forma de ser. Es en esta primera etapa norteamericana cuando se produce una persecución sin tregua hacia todo lo hispánico en Filipinas que tendrá consecuencias visibles en todos los órdenes (Rodao, 1998b). Según Rodao, los misioneros suponían la cantidad mayor de población española en Asia Oriental y Pacífico durante la primera mitad del siglo XX . Sin embargo, a comienzos de los años 20, los jesuitas decidieron que era más conveniente adaptarse a las nuevas autoridades, reemplazando a los religiosos españoles con miembros norteamericanos. Este cambio explica otro hecho, el por qué fue Ateneo la primera Universidad filipina -fundada en el periodo español- que pasó a enseñar en inglés, mientras que la de Santo Tomás resistió hasta el final de la ocupación americana.

.... Esta demolición estadounidense del pasado español se evidencia en lo que algunos autores han dado en llamar los dos “genocidios” de lo hispano en Filipinas, es decir, la destrucción del legado arquitectónico -incluidas las bibliotecas- y cultural español, además de la prohibición expresa de la lengua española ante la imposición del inglés en las escuelas. Brichs Papiol (2009) recuerda alguna de las aportaciones más importantes durante este periodo en la conservación y recuperación de documentos, como la de Wenceslao Emilio Retana, con su Aparato Bibliográfico de la Historia General de Filipinas. Gracias a personas como Retana fue posible salvaguardar gran parte del legado español escrito en Filipinas.

....Montoya (2003) subraya que fue este proceso de deshispanización la causa de que no perviviera la lengua española tras haber conquistado el pueblo filipino la soñada Independencia, como ocurriera en Hispanoamérica. Para otros autores (Louapre, 1990; Quilis, 1992; Colomé, 2000a; Rodao, 2005; Rodríguez-Ponga, 2009), la razón de que el uso del español no se generalizara en Filipinas fue debida, además, a otra serie de factores. Principalmente coinciden en señalar entre ellos el de la baja población hispana en el archipiélago, que aunque llegó a ser significativa en las ciudades, nunca se extendió a los pueblos . No obstante, la agresiva política lingüística de los Estados Unidos, consistente en la marginación y el desprestigio de la lengua española y la implantación obligatoria de la lengua inglesa, sin duda, dañó sustancialmente la presencia del español en Filipinas.

....Es quizá por esta persecución que el uso del español se convirtió en una muestra reivindicativa del anticolonialismo americano y de resistencia de lo hispánico, o como dice Rodao (1996b: s.n.): “la no adopción del inglés como lingua franca, a pesar de conocerlo, era una cierta forma de resistencia hacia el poder colonial”. Sirva como ejemplo el comentario de Rodao (1996b) sobre la actitud del presidente de la Primera República de Filipinas, D. Emilio Aguinaldo, de quien dice que aprendió el español después de haber sido depuesto, pero siempre rehusó aprender el inglés. La que había sido una lengua colonial tuvo un carácter anticolonial como cierta forma de identificación nacional y de resistencia al poder de los Estados Unidos, simbolizado por el inglés (Rafael, 1991; Rodao, 1992; 1998b). Además de esta función combativa, la herencia hispana servía todavía para unificar a las distintas islas de tagalos, visayas, ilocanos, etc., y se mantenía vigoroso en los ámbitos de la administración, el derecho y en las transacciones comerciales, frente a la nueva invasión colonial representada por los norteamericanos y frente a lo regional que encarnaban las distintas culturas nativas (Rodao, 2002). Aun así, por otra parte, cuenta Rodao (1996b: s.n.) que había ya una gran proyección del inglés debido a “la posibilidad de ascender socialmente gracias a la habilidad de manejar la lengua de la autoridad colonial”.

....La lengua española se mantuvo como una manifestación anticolonial y su papel se extendió mucho más allá de la comunidad española entre aquellos que se oponían al régimen norteamericano por considerarlo una traición injusta, impuesta tras una larga lucha por la Independencia del pueblo filipino y que fue cercenada de un plumazo, sin mediar palabra, en una guerra que dejó cuantiosas víctimas y que se caracterizó por la crueldad de sus batallas. Esto y la percepción -que comentábamos más arriba- de que los norteamericanos eran menos educados y que realizaban una política distanciada del pueblo, de no asimilación y de signo contrario a la de los españoles en los siglos precedentes, agudizaba la resistencia al invasor por parte del pueblo filipino (Rodao, 1992). Todos estos factores contribuyeron a un rechazo generalizado de lo norteamericano que “cristalizó en un auge contrario al gobierno impuesto por las personalidades influyentes de cuño hispanista” (Rodao, 1992: s.n.). Los nuevos colonizadores no contaban con que la hispanidad estaba anclada en la identidad propia de los filipinos, y que especialmente las capas más altas de la población y los hispanofilipinos lo utilizarían como elemento de lucha contra la transculturalización que trataba de imponer el nuevo gobierno invasor. La identidad con lo español era una constante que tenía como objetivo último el defender la identidad nacional frente a las fuerzas invasoras. No obstante, Filipinas era un país que había sido “inventado” por la administración española (Rodao, 1996b).

....En relación a esto, y al contrario de lo que comúnmente se ha escrito, la lengua española -como embajadora o como recipiente que encerraba las esencias del pasado hispánico- no entró en decadencia hasta desaparecer del panorama socio-político en las islas tras la caída del gobierno español, pues se mantuvo con vigencia en una buena posición social durante las cuatro décadas posteriores a la Revolución Filipina. Así, Rodao (1994a) relata su buen estado de salud en Filipinas hasta los años 40 como lengua franca en la que se entendía el conjunto de la nación:

El idioma español, por su parte, seguía siendo ampliamente usado a finales de la década de 1940 quizás porque tenía una función en la sociedad como idioma filipino en sí, frente al inglés como idioma de los colonizadores y el Tagalo, Visaya, etc. (p. 9).

....No obstante, en la historia de la literatura filipina escrita en español se identifica una Edad de Oro en las letras filhispanas paralela a nuestra Edad de Plata, siendo la lengua de cultura en Manila hasta la Segunda Guerra Mundial. Tanto el sistema judicial como la Iglesia Católica conservaban el español, así como las élites de las pequeñas capitales, éstas últimas con el fin de asimilarse a Manila y para diferenciarse del resto de filipinos. La vitalidad con que contaban las publicaciones periódicas escritas en español aportan otro dato a tener en cuenta. Antes de la Segunda Guerra Mundial sus ventas llegaban a los 80.000 periódicos (Rodao, 1996b). Sin embargo, el único periódico escrito en español que sobrevivió a la guerra fue “La voz de Manila”, con una tirada de 3.000 ejemplares, de calidad fatal y con noticias atrasadas que recordaban lo español con una mirada vuelta al pasado, pero sin continuidad de futuro (Rodao, 1994a: 10).

....Muy usado en la administración y en los negocios -aunque el inglés ya le había superado en estos terrenos a la altura de la década de 1940- el lenguaje español había contribuido a la conservación de la identidad hispana. Como consecuencia del enriquecimiento de los propios filipinos que abanderaban lo hispánico, se organizaban charlas, lecturas, exhibiciones artísticas, conferencias, etc. Se invitó a las islas a participar en estas actividades con dinero autóctono a personalidades de renombre tales como Camilo Barcia, Federico García Sanchíz, Conrado Blanco o Vicente Blasco Ibáñez (Rodao, 2003). El dinero proveniente de las empresas con un fuerte ligazón hispánico promovieron también la creación del Hospital de Santiago para los necesitados y los Casinos españoles de Cebú, Iloilo y Manila, en los que se celebraban algunos de los actos arriba mencionados (Rodao, 1998b).

....La identidad hispana se había desarrollado mucho más allá de la propia comunidad hispana y sobrevivía en el archipiélago con el impulso de la comunidad filipina. Como defendía Recto, el hispanismo es algo propio de los filipinos y fue conservado en las islas con independencia de España, pues tenía asuntos propios que tratar y preocupaciones distintas a las de nación española. Es por la insistencia de los hispanistas filipinos por lo que continúa vivo el vínculo con la península durante la primera mitad del siglo XX, tras el abandono al que se somete por parte de la antigua metrópoli después de producirse la Independencia (Rodao, 1998b). Así la situación, se puede decir que “lo español empezó a caminar por su propio pie en Filipinas” (Rodao, 1998a: 131), siendo el hispanismo impulsado desde el propio archipiélago. Tras terminar la representación oficial de España en Micronesia y Filipinas, fueron estos pueblos los encargados de mantener su identidad mediante el establecimiento de contactos privados (Rodao, 1998c). Desde entonces, las órdenes religiosas y los intereses comerciales pasaron a ser los verdaderos impulsores de estas relaciones durante el periodo colonial norteamericano. Al comienzo de la Guerra del Pacífico más de un millón de personas, principalmente de las clases altas y medias-altas, hablaba el español. De este millón, comenta Rodao (1998) que los mestizos y otros habitantes de las islas de ascendencia hispana aún alcanzaban la cifra de 500 mil después de la Guerra del Pacífico.

....El español resiste en las primeras décadas de la ocupación norteamericana a los ataques antihispanistas que trataban de identificar primero, para aniquilar después, el legado hispánico. Este hostigamiento comienza desde lo más visible, lo más corpóreo, la lengua, para extenderse más tarde a todos los otros rasgos culturales, arquitectónicos, administrativos, etc. El despliegue estadounidense en Filipinas de profesores y soldados que pudieran enseñar el inglés fue ingente. Estados Unidos aprovechó la infraestructura de las escuelas creadas por los españoles , y gastó sumas millonarias en construir otras nuevas. En todas ellas la lengua de instrucción era el inglés, en sustitución del español, que sería definitivamente prohibido en la enseñanza reglada durante los años 20. Así, Rodríguez-Ponga (2003: 48) advierte que hubo una imposición del inglés, pero que la política lingüística de los Estados Unidos no se conformaba con esto, sino que se ha de hablar de una auténtica persecución del español.

....Esta política lingüística, por supuesto, escondía un fin social, el de desterrar la huella cultural hispana del archipiélago. Se vio arropada también por una propaganda que difundía mensajes contrarios sobre la benevolencia del gobierno norteamericano en oposición al atraso y lo contraproducentemente negativo de seguir al anterior periodo español. Así lo relata Rodao (1998a: 131):

[…] eran muchos y tenían dinero y capacidad para moldear la sociedad a su gusto. Lo intentaron con unas políticas a largo plazo basadas en la educación y tampoco dejaron de atacar los pilares de la identidad filipina. Fue uno de los objetivos obvios en el archipiélago: para justificar la benignidad de su presencia, era necesario desmontar la influencia retrógrada de los anteriores

....Esta demagogia política trataba de crear una leyenda negra sobre el periodo colonizador español con el fin de arrancar de cuajo las raíces hispanas de la sociedad filipina. Claro testimonio de esta actitud son las palabras de Julius C. Voight, Cónsul de Estados Unidos en Manila, quien a finales del siglo XIX justificaba la presencia de su país como libertador de un pasado oscuro y que trataba con sus palabras de distanciar a los españoles del selecto círculo de los países civilizados: “una raza brutal de gente cuya sangre mora les descalificaba para ser calificados como verdaderos europeos” (Rodao, 1998c: 34).

....De la Peña (2001) habla de una soterrada guerra ideológica durante este periodo en su artículo The Spanish-English Language “War”. Con esta propaganda el gobierno norteamericano trataba de justificar la deshispanización que estaba llevando a cabo tanto en Filipinas como en Hispanoamérica, persiguiendo sin aliento los rescoldos encendidos de lo hispano en estos países. Para ello invirtió cantidades ingentes de dinero y esfuerzos en desterrar la lengua española de las zonas de influencia, aunque se topó con la resistencia de algunas universidades -la Universidad de Santo Tomás es el caso más destacado, siendo la última en la que se conservó la enseñanza en español hasta la imposición final del inglés-, de las instituciones culturales -promovidas por hispanistas, como la creación de la Academia Filipina- y, especialmente, del sistema de justicia, en el que los planes para terminar con el uso del español tienen que ser prorrogados en varias ocasiones, desde 1919 a 1933 y así de forma continuada hasta 1940 (Louapre,1990).

....Brichs Papiol (2009) evidencia una actuación consciente en este sentido, y acusa a los estadounidenses de la WASP de eliminar el legado hispánico, suprimiendo incluso un gran número de los hispanismos habidos en las lenguas vernáculas. También Gómez Rivera (2000a, 2000b, 2000c, 2000d, 2000e, 2008) habla de la destrucción y del acoso a lo español, así como de la masiva implantación de la cultura y la lengua anglófona como hechos fuertemente interrelacionados e indisolubles. Por ejemplo, comenta cómo el cine emitía únicamente películas en la lengua inglesa hacia los años 30 -y se devolvían las que llegaban en lengua española- por el control que ejercía en la distribución de las cintas en Filipinas la Metro Golwin-Mayer, empresa que se encargaba de bloquear la entrada de cine en lengua española a pesar del éxito que éste cosechaba entre la población (Gómez Rivera, 2000d).

....Pero este combate contra lo hispánico no sólo se lidiaba en las zonas de influencia mediática, sino que se tradujo también en una agresión física en dos momentos concretos de la historia de Filipinas. Gómez Rivera (2000a, 2000b, 2000c, 2000d, 2000e, 2008) y Yarza Rovira (2001a) hablan de dos genocidios contra la población hispana. El primero se produjo, como hemos observado con anterioridad, durante la guerra filipino-americana. Montoya (2003) ratifica la cifra dada por Gómez Rivera (2008) de la desaparición de una séptima parte de la población en esta guerra, de los cuales la gran mayoría fueron hispanohablantes, pues eran los mismos que habían luchado contra los españoles en la Revolución Filipina y quienes conocían y difundían los valores de democracia, libertad e igualdad entre la sociedad filipina. Pero este ataque intencionado contra la población hispana fue sólo un anticipo de lo que pasaría durante la Segunda Guerra Mundial en el cerco a los invasores japoneses en su retirada, en el segundo genocidio. Éstos se refugiaron en el casco histórico, en las zonas de Intramuros y Ermita, donde se encontraba el legado español, un patrimonio histórico de edificios, iglesias y catedrales construidos en piedra que quedó reducido a escombros por el bombardeo indiscriminado de las fuerzas estadounidenses . Según relata Rodao (2002), fue este el segundo bombardeo más destructivo en zona aliada después de Varsovia, y no se tuvo clemencia alguna con los edificios históricos, como se hiciera en los bombardeos selectivos de Florencia o Kyoto durante esta misma guerra.

....Rodao (2002) evidencia la intencionalidad contra lo hispánico de estos bombardeos alegando tres razones: la primera es que los norteamericanos no entraron con sus tropas de infantería en la zona para evitar víctimas entre sus soldados y prefirieron ejecutar un bombardeo indiscriminado ; la segunda es que el hotel en el que se alojaba MacArthur en Ermita se mantuvo en pie y no sufrió ningún daño, lo que constata que las pérdida de otras construcciones podría haber sido evitada; y la tercera es que las estructuras de los edificios que se mantuvieron en pie y que podrían haber permitido una futura restauración, fueron derruidas por las palas de las excavadoras con la excusa de evitar epidemias. La destrucción de estas máquinas fue tal que el embajador español en aquel momento, Ortiz Armengol, declaró que hicieron más daño las excavadoras que los propios bombardeos. Rodríguez-Ponga (2003) también documenta la destrucción deliberada de los edificios en los barrios emblemáticos de Intramuros y Ermita, argumentando que se hacía desaparecer con ellos lo más hispánico de la capital , además de la consecuente pérdida de cien mil vidas humanas -superando la cifra de Hiroshima-, que diezmó sustancialmente la población de los hispanohablantes (Rodao, 2002). Ruescas (2006) igualmente señala no sólo lo destructivo del bombardeo de la aviación norteamericana de 1945 -que acabó con miles de hogares de familias hispanofilipinas-, sino la destrucción que sobrevino después, pues los supervivientes de este ataque se vieron obligados a emigrar en su gran mayoría. Además de los tres centenares que murieron en el última año de guerra, otro medio millar que lo había perdido todo volvió a la península en los barcos Halenkala y Plus Ultra (Rodao, 2002). Esto agudizó aún más la destacada pérdida de hablantes de español y de la merma en la pervivencia de la identidad hispana en la ciudad de Manila.
(Se continuará.)

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Tomo XIV, no.3,
Otoño 2010


Director: Edmundo Farolán




En este número:

Editorial


Preciosa edición de la novela
Pájaros de fuego (Manila, 2010)
Guillermo Gómez Rivera


Hispanidad en Cebú (1a Parte)
Guillermo Gómez Rivera


La lengua española
en Filipinas

Javier Ruescas


La hispanización y la identidad
hispana en Filipinas (1a Parte)
David Sánchez Jiménez


El Anti-Americanismo
en las Filipinas: Fidel Reyes

Kriemhild Heidrich


Dos poemas:
Oigo a mi tierra, Ayer

Jayzl Villafania Nebre, SAR










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