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Revista Filipina

Revista semestral de lengua y literatura hispanofilipina

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Invierno 2017
Volumen 4, Número 2

     
Revista Filipina, Segunda Etapa. Revista semestral de lengua y literatura hispanofilipina.
Invierno 2107, Vol. 4, N
úm. 2

A
RTÍCULOS Y NOTAS
PDF: Entrevista a Edmundo Farolán Romero, escritor filipino



ENTREVISTA A EDMUNDO FAROLÁN ROMERO, ESCRITOR FILIPINO

Entrevista electrónica realizada por Andrea Gallo el 21 de noviembre de 2017



Recuerdo que hacia el año 1997 o en fechas no muy lejanas, cuando empecé a buscar material para la tesina de mi carrera, lo que encontré en mi país ―Italia― sobre la literatura de Filipinas, era extremadamente limitado. Después de tanto buscar, en una biblioteca de barrio de mi ciudad ―Venecia―, conseguí un volumen que pertenecía a la colección enciclopédica ‘Literaturas del mundo’, de la histórica editorial florentina Sansoni, el cual reunía, en un único tomo, la historia de las literaturas del sudeste asiático, esto es, las literaturas birmana, siamesa, laosiana, camboyana, vietnamita, javanesa, malayo-indonesia y filipina. Un libro de 448 páginas donde sólo unas cuatro estaban dedicadas al objeto de mi estudio, a la literatura filipina. Sin embargo, poco tiempo después, cuando internet empezó a popularizarse y llegó hasta mi alcance a través de una conexión pública, me topé con Revista Filipina, en aquella época en sus albores, y me enteré del nombre de su director, Edmundo Farolán Romero. Recuerdo que me puse en contacto con él y que, para mi sorpresa (no estando yo acostumbrado a tratar con intelectuales y escritores), recibí una amable respuesta que animó mi curiosidad y deseo de conocimiento. Sin embargo, el primer encuentro con Edmundo fue más tarde: 1999, Madrid, signatura VC/6666/33, un pequeño librito de carátula carmesí publicado en Madrid por la imprenta Murillo, unos treinta años antes. Estaba esperando en la Biblioteca Nacional de Madrid que alguien lo pidiera para consulta. Aquel Lluvias filipinas, obra de un autor vivo, entre mis manos fue para mí la prueba de que Filipinas tenía una literatura hispánica, de que esta literatura seguía vigente o, por lo menos, de que todavía “respiraba” y podía ser no sólo objeto de estudio arqueológico y erudito, sino también que se podía debatir de y sobre ella con los factores, los artífices de sus letras, de sus palabras, de su mundo hecho de lengua, sonidos e imágenes. Fue un descubrimiento extraordinario: la lengua que yo amaba y había estudiado con tanta pasión me hablaba de un mundo lejano, diferente, autónomo e independiente en su propia auto-construcción, un mundo que seguía autonarrándose también en castellano y que para no amputar una parte de sí mismo seguía necesitando al castellano acrisolado al sol malayo.
      El hombre Edmundo, él en persona, lo conocí poco tiempo después, en mi ciudad, una mañana fría en la plazuela de la estación de trenes; yo iba a clases, él de paso, camino de Bohemia (no la ‘bohemia’ de su excentricidad de artista, sino la Bohemia geográfica de la Mitteleuropa), se aprestaba a un rápido recorrido por el Gran Canal, uno de entre miles de apresurados viajeros, modernos peregrinos del arte y de las vacaciones de un día que surcan las perezosas aguas de mi decrépita y cansada Serenissima. Y coincidimos otra vez en el corazón del arte mundial: Florencia, Santa María del Fiore y un después pequeño bar estudiantil de comida típica y barata en la calle, hablando de una de sus últimas obras poéticas o teatrales en castellano ―¿era Itinerancias, Aguinaldo...? o tal vez Cuentos hispanofilipinos..., ya no recuerdo―, o hablamos de un ensayo mío sobre su aportación a la literatura, que yo me complazco en llamar “hispanofilipina” o, en fin, conversando sobre proyectos, traducciones, sueños, amigos comunes, visiones de una Filipinas donde también el español, antiguo señor de la casa, hoy clandestino indocumentado, tenga un espacio, un sentido, una razón de ser…; y otra vez fue Florencia donde encontré, junto a él, a su elegante esposa que me trajo un recuerdo del gran país invernal que los asila, un recuerdo de las Olimpiadas celebradas en la lejana ciudad del oeste que, dejado el trópico, se ha convertido en su nuevo y acogedor nido ―Vancouver―. Y de nuevo en Manila, en el café Dulcinea, con el amigo común Isaac, entrevistando y charlando al primer miembro por antigüedad, el guerrero hidalgo de incontables batallas, mi incansable héroe Guillermo, y al segundo miembro por antigüedad de la Academia Filipina de la Lengua Española, el artista Premio Zóbel de 1981, el autor filipino viviente que más ha publicado en español, el fundador y director de la última revista filipina en castellano: Edmundo Farolán Romero.


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A.G.: Bueno Edmundo, pues aquí estamos y cincuenta años han pasado desde la publicación de tu primer libro en español, el poemario Lluvias filipinas que data de 1967… y este 2017 se cierra con la entrega del merecido galardón de letras hispanofilipinas «Premio José Rizal» por la Universidad de Alicante, ¿cuál es tu balance de estos cincuenta años como hombre y como artista filipino?

E.F.: Como hombre, ya soy viejo; como artista, sigo trabajando. En cincuenta años de estudio, lectura y actividad literaria, he publicado más de treinta libros en inglés y español y sigo trabajando con pasión, entusiasmo y deseo de dejar una huella de nuestra tradición filipina.

A.G.: Esta entrevista se hace con ocasión del número especial de Revista Filipina por la entrega del Premio Rizal a tu persona. Coincide también con tu término como director efectivo de la misma, quedándote de padre fundador. Revista Filipina es una criatura tuya que ha llenado un hueco, ¿cuál ha sido hasta hoy su significado en el ámbito de la cultura filipina, por un lado, y en el ámbito de la cultura hispana, por otro?

E.F.: Pues sí, veinte años es bastante. La revista ya está en manos de Isaac Donoso y Edwin Lozada que han trabajado conmigo estos últimos diez años. La revista ya es bien conocida en el mundo académico y alrededor del mundo. Lo importante es que haya una voz hispanofilipina para que los lectores conozcan y reconozcan esa vinculación del microcosmos filipino al mundo hispano.

A.G.: Pues, entonces crees que ha sido más significativa para el público hispano en general que para los filipinos mismos...

E.F.: ... ¡Sí por supuesto! Creo que Revista Filipina se ha revelado más significativa para el lector hispánico que para los filipinos porque, infelizmente, hoy en día, somos muy pocos los filipinos que leemos y apreciamos el español. La revista se ha dirigido a un público heterogéneo tanto filipino como hispanohablante del resto del mundo, tanto culto y especialista en cosas filipinas, como curioso e interesado en conocer este olvidado hispanismo asiático. Creo que ha sido un logro interesar a un público tan variado y geográficamente ubicado en todo el globo. Los lectores filipinos no son muchos, como decía, pero sí que los hay en el ámbito académico: en el número anterior, por ejemplo han participado con valiosos artículos, dos académicos de universidades de Canadá y Estados Unidos, la profesora Mignette Marcos de Ryerson University en Toronto y el profesor Badua de Lamar de la Universidad en Texas. Por otra parte, es verdad también que Revista Filipina ha funcionado como vehículo de difusión y producción de la literatura hsipanofiipina pasada y presente, a través de la publicación tanto de textos (antiguos pero inalcanzables o inéditos) como de reseñas y estudios críticos.

A.G.: Sin duda… pues, en la realización de Revista Filipina un papel importante en estos últimos años ha sido el de Isaac Donoso, que por otra parte ha editado muchos de tus textos, una larga y fructífera colaboración...

E.F.: Ah sí, ¡sin duda alguna! El amigo Isaac es un erudito excelente y un estudioso de gran valor, además de un trabajador incansable. Fue él que escribió la introducción a algunas de mis obras más relevantes, como a la novela El diario de Frankie Aguinaldo y a la colección bilingüe de relatos Cuentos hispanofilipinos; también editó muchos de mis textos. Su aportación a Revista Filipina ha sido imprescindible y le ha cambiado el rumbo a la publicación: a él se debe la transformación de la misma de revista de cultura y curiosidades a revista académica indexada. Durante estos años el trabajo de Donoso en favor del hispanismo filipino se ha revelado determinante no solamente por la aportación a Revista Filipina sino que, a través de la enseñanza, del trabajo académico, de la investigación científica, de la publicación en revistas y volúmenes, de la, digamos así, animación y divulgación cultural, su labor ha permitido que los estudios filipinos progresaran.

A.G.: Sí efectivamente, el aporte de Donoso es indiscutible... pues, ya que estamos reconociendo méritos a los que los merecen, otra colaboración importante en estos años ha sido la de Edwin Lozada, nuevo director de Revista Filipina al que felicitamos de corazón...

E.F.: Ah sí claro, con razón lo mencionas, Edwin es el corazón y alma de la revista y ha hecho un buen trabajo elevando la revista con el diseño y su facha profesional. Inclusive la aportación de Lozada a “la causa” es encomiable: escritor valioso, fino poeta, editor y animador de Carayan Press, no existiría Revista Filipina como la conocemos hoy en día sin su silenciosa y generosa dedicación.

A.G.: Sí efectivamente hay que reconocerles méritos y valor... pero bueno, volviendo más específicamente a tu creación artística, una pregunta necesaria es sobre la lengua que privilegias en tus obras: pues, ya sabes que es por lo menos inusual que un filipino escriba en español hoy en día, tú mismo lo acabas de afirmar; entonces dinos: ¿cuál ha sido tu formación familiar, tu educación escolar, tus estudios para orientarte hacia esta elección artística?

E.F.: Pues, ya ves, en realidad, precisamente por ser yo filipino, paradójicamente mi lengua materna era, es, siempre ha sido el español. Mi mamá hablaba en español, bien porque su padre era español de Ronda, bien porque durante mi infancia todo el mundo hablaba español en Filipinas y lo hablaba por ser esta la lengua natural del entorno. Sin embargo, en los años 50 y 60 (yo nací en el 43) ya estábamos en una fase de transición hacia el inglés y el sistema educativo filipino ya estaba completamente organizado en inglés. Me acuerdo de los ancianos, de mis abuelos que todavía hablaban en español. En realidad, mi padre no habla mucho español porque se había educado en la Academia Militar (PMA), que era un instituto creado por los norteamericanos según el modelo de West Point y, por ello, asumió el inglés como lengua principal. Me acuerdo de la generación de mis abuelos, es decir, la del senador e intelectual Claro Mayo Recto. Efectivamente en esa época todo el mundo hablaba español. En cuanto a mí, tengo que confesar que era ya mitad y mitad, o sea, hablaba español en casa, pero inglés en la escuela: así tenía que ser, en la escuela era obligatorio hablar inglés y el español estaba mal visto e incluso reprimido con argumentos pseudo-nacionales/nacionalistas que sólo denotaban una ignorancia acerca de nuestra historia.
Volviendo a mi familia, éramos cinco hermanos, con mi madre usábamos el castellano, a nuestro padre nos solíamos dirigir en inglés y entre nosotros hablábamos tagalo. Me eduqué en el Ateneo de Manila desde primaria hasta la carrera, y ya los jesuitas de aquel tiempo eran norteamericanos y no españoles. Claro que el español era lengua oficial, como sabes lo fue hasta 1986, pero por la mayoría lo hablaban las familias de origen o cultura hispana. Mi formación y mi educación escolástica, como la de todos, fue en inglés. En aquel tiempo se estudiaban 24 unidades de español en la universidad; se estudiaba lengua y literatura española e hispanofilipina, y los textos se leían en original. El estudio sobre Cervantes era un curso entero, y los otros cursos trataban de los autores de la independencia filipina como Mabini y Rizal; casi nada se estudiaba de literatura y cultura hispanoamericana. Yo, durante mis estudios, me interesé más bien por el aspecto teatral, lo que me llevó a participar como actor en varias obras teatrales que se organizaban en secundaria y en la universidad, y gané algunos premios. Durante ese tiempo hubo mucho énfasis por el estudio de la declamación y recitación. Pero todo esto se hacía en inglés, no en español. Recuerdo que también el latín en esa época tenía un papel importante en nuestra formación: lo estudié cuatro años en secundaria y dos en la universidad.

A.G.: Y ¿cuándo empezaste a plantearte la idea de escribir, y por qué empezaste a publicar versos?

E.F.: Después de mis estudios en el Ateneo, me dieron una beca para ir a España. En Europa me interesé por la filosofía existencialista (Sartre, Camus, Ortega y Gasset...) y estudié filosofía en la Universidad Central de Madrid (ahora Complutense). Vivía en el Colegio Mayor de Guadalupe, institución que hospedaba a muchos latinoamericanos y ahí conocí a muchos escritores, como el nicaragüense Simón Rizo y artistas visuales, como Eugenio Dittborn. Este clima un poco bohemio de mediados de los 60, despertó en mí ese aspecto artístico y fue cuando empecé a escribir poesía, porque estaba en medio de artistas, escritores, poetas y con ellos participaba de este fermento cultural. En España era la época de Franco y los españoles eran bastante conservadores, pero los extranjeros nos sentíamos muy libres y deseosos de crear obras innovadoras.
Y empecé a escribir poesía en castellano. Como dije, era mi lengua materna, la lengua del hogar... de hecho, yo siempre he estado muy metido ahí en medio de la lengua española; pensaba en español; además siempre he pensado que la lengua española es muy poética y por lo tanto era normal escribir versos en castellano.

A.G.: Y dime, Edmundo, tú principalmente has escrito versos, y sólo recientemente te has concentrado más en la prosa, pues, ¿cuál es la visión estética que anima tu poesía y en general tu creación literaria?

E.F.: Escribo en ambas lenguas, pero el español, a mi parecer, es más poético que el inglés. La influencia del verso libre en mi poesía viene del inglés, aunque en español se haya escrito mucha y valiosa poesía en esta forma métrica. Mi idea era alejarme de lo tradicional, imitando en poesía la experiencia del teatro del absurdo. En los años 60, cuando estaba en Madrid, en los ambientes bohemios de estudiantes-literatos, ya se notaba que la poesía arriesgaba en nuevos experimentos, reclamando más libertad, en vez de la idea de meterse en los cubículos de una tradición agotada. Yo pertenecía ya a ese “movimiento” y en Lluvias filipinas traté de desarrollar esa idea. Sin embargo, más tarde, me cansé y con la segunda colección en castellano, Tercera primavera, como explico en la introducción, traté de volver a las formas tradicionales y, por ello, tengo sonetos y romances con el intento de volver a la disciplina métrica, a lo tradicional, a los versos clásicos. Para mí es bueno tener un equilibrio, un término medio, hay que poder oír la musicalidad de la lengua. El español es sangre mía, o como decía Recto, “es sangre de nuestra sangre”, en fin, es algo filipino. Cuando se recitan versos en tagalo sale lo hispánico, toda la musicalidad de la lengua y del alma española, y para mí es más natural escribir en español. Hay un refrán que dice: “se habla inglés con los caballos, pero español con Dios”. La prosa, quizá, en inglés sale como algo más natural, pero el verso tiene que ser en español. Enseñaba en el Ateneo (1974-76) cuando mis colegas me empujaron a publicar mis versos en inglés, y fue así que salió mi primera colección poética en ese idioma: The Rhythm of Despair, que data de 1975. De todos modos existe una inspiración distinta según el idioma empleado: cuando escribo versos en inglés, son poemas negros, pesados, estancados, es decir, temas negativos y confusos; no tienen música, no tienen esa luz y optimismo que expreso a través de mis versos en español. Mi colección The Rhythm of Despair está constituida por versos sin ritmo, sin música, sin esperanza; mientras que, con el español, consigo expresar mi alma; para mí son versos de esperanza, de luz, de música y de libertad. Por supuesto la lengua del ambiente en que uno vive influye mucho, así que tantos años en Canadá me han condicionado y compuse incluso una colección bilingüe que titulé Oh, Canada! (1994), recopilando poemas escritos en Canadá entre el 1967 y 1994. La parte en francés son poesías que escribí durante mi estancia en Montreal entre el 84 y el 86.

A.G.: Esto por lo que se refiere a la poesía. Justamente me recuerdas el teatro, al que también mucha atención has dedicado; sin embrago, como decíamos, en los últimos años te has dedicado también a la prosa, publicando cuentos, novelas, etc., ¿podríamos decir que la prosa aparece tan tarde en tu trayectoria porque, brotando de una reflexión autobiográfica, es una manera para recorrer al revés tu vida?

E.F.: Bueno, por un lado el escribir narrativa ha sido un reto conmigo mismo, porque para ser un verdadero escritor siempre he pensado que hay que saber expresarse y escribir no sólo en poesía sino también en prosa. Es ésta una de las razones por las que en estos últimos años he estado escribiendo cuentos y novelas. Pero sí, por otra parte tienes razón tú: dentro de mí siento que ya es tiempo de reflexionar sobre mi existencia, que ya está en su fase crepuscular, y escribir novelas y cuentos, que son historias ficticias pero siempre basadas en las experiencias de mi vida, es una forma para reanudar los recuerdos y volver a reconstruir, como en un tapiz, el tejido de mi vida. De todos modos, sigo escribiendo también poemas, de hecho acabo de publicar mi séptimo poemario, Soledades, y estoy preparando otro que pienso titular 14 poemas eróticos y otras poesías, son textos viejos y nuevos, los poemas eróticos son viejos, poesías inéditas escritas en los años setenta.

A.G.: Otras dos colección en español... ¡qué bueno! Así como en español has recopilado unas antologías literarias. Entonces, si afirmas que ya no se habla y no se aprecia el castellano en Filipinas, ¿por qué crees que es importante para los filipinos, o para ti, seguir escribiendo en español?

E.F.: Pues, la cuestión es que hubo personas, literatos filipinos, en particular, los académicos, el P. Ángel Hidalgo, D. Francisco Zaragoza Carrillo, Guillermo Gómez Rivera, el poeta Federico Espino Licsi, y otros, que me inspiraron a continuar con mi empeño en escribir. Como miembro de la Academia Filipina, fue un deber mío el de escribir y difundir el español en Filipinas. Por esta razón empecé la publicación en web de Revista Filipina, como mi contribución para difundir la lengua y la literatura de mi país. La literatura hispanofilipina, por ejemplo, bien ejemplifica el mudar del tiempo: pasamos por muchas etapas, períodos de decadencia se alternan a otros de florecimiento y desarrollo; la literatura en esto no es una excepción, sino que es un organismo vivo que evoluciona, alguna vez decae, luego resurge. Algunos dicen que soy el último poeta filipino “cantando” en español, sin embargo, han surgido inesperadamente en estos años voces significativas, originales y ricas como Edwin Lozada, Elizabeth Medina, Paulina Constancia, Daisy López, Macario Ofilada y otros. Aunque en Filipinas el español seguirá siendo minoritario, creo que siempre habrá alguien en mi país que se interesará por la lengua castellana y la sentirá como un legado de nuestros antepasados, como algo propio.

A.G.: A propósito de patria, nación y tierra de los ancestros, las circunstancias te han llevado a vivir fuera de Filipinas, aunque sigues viajando muy a menudo a tu país donde sigues manteniendo vínculos. Entonces te pregunto: ¿cómo es la Filipinas de hoy? ¿Cómo la ves, qué impresión tienes de tu país?, y ¿de su cultura y de sus letras? ¿Cuál es la resonancia de tu obra en Filipinas? ¿Se comprende y se valora la aportación de los que escribís en castellano?

E.F.: En el campo literario, la mayoría de los escritores escriben en inglés y tagalo. Por eso, parece imposible que un escritor que usa el español, como Guillermo Gómez, gane un puesto de Artista Nacional. Aunque lo merezca, como bien has afirmado en tu artículo cuando fue galardonado con el I Premio José Rizal, los que deciden son los escritores en tagalo e inglés. Y claro, escogen los suyos. Por eso, para mí, estoy contento de vivir fuera de mi país porque como se dice, los paisanos aprecian a sus paisanos cuando están fuera de su país, algo así. Pero ya es difícil para mí vivir tanto tiempo en Filipinas porque ya me he ido acostumbrando a una vida distinta. En cuanto a la influencia de mi obra en Filipinas, como acabo de decirte, la mayoría de los filipinos hoy día no aprecian los escritores en español. Somos raras aves a sus ojos, no nos comprenden. Confieso que me aprecian más en Europa y en Latinoamérica.

A.G.: Y entonces ¿por qué insistís escribiendo en español?

E.F.: ¡Porque no tenemos más remedio! Porque la lengua española, no el español internacional, sino el español filipino que llama a una doncella dalaga, que construye las casas de nipa, que fabrica muebles de narra, que come pancit y se viste con barong de piña, no podemos aceptar que muera para siempre. Aunque nuestra patria de momento no nos reconoce y comprende, nosotros seguimos cumpliendo con nuestra obligación moral, para dar testimonio de lo que somos los filipinos, porque, aunque incomprendidos, ésta es nuestra forma de servir a nuestra patria filipina. ¡Algún día lo apreciarán!

A.G.: Sí, comprendo perfectamente, sois “los últimos de Filipinas”, sois una farola encendida en el mar para mostrar el camino a los navegantes... pues entonces te voy a preguntar lo siguiente, por si alguna vez te los has planteado. En estos últimos años de jubilado has viajado por el mundo dando clases en muchas universidades, pero, por lo que yo sé, nunca lo has hecho en Filipinas. ¿No crees que podría ser un reto dedicarte a la enseñanza del español en alguna institución de Filipinas, promoviendo a la vez tu obra y la creación literaria en español en tu propia tierra a los jóvenes de hoy en día que están ya fuera de la polémica post-anti-colonial?

E.F.: No creo. Es muy triste decirlo pero cada día noto más que no hay interés por los literatos o los profesores de español allí. La gente estudia español por razones económicas, por ejemplo, para trabajar en los centros de llamadas porque pagan más si puedes comunicar en español. Hasta los años sesenta, se apreciaba aún el español, y cuando volví en los setenta, todavía había comunidades hispanohablantes, pero los últimos intelectuales y profesores de esa edad de oro, Nilda Barranco, Serrano, Palisoc, Muñoz, Zaragoza, Cuenco, Garchitorena, Nolasco ya se habían hecho mayores, como yo ahora, y pronto se fueron todos a la otra dimensión. Sólo nos quedamos Guillermo y yo, y en unos años tampoco seguiremos viviendo en este mundo.

A.G.: ¡Oh Edmundo, no digas eso! Mucho todavía podéis hacer y no dudo de que lo haréis. Sobre todo dais testimonio a los más jóvenes, y eso, ¡créeme! No es irrelevante... Pues para acercarnos a la conclusión de este encuentro nuestro, hace años, cuando te entrevisté por primera vez, terminamos aquella entrevista preguntándote sobre tus proyectos futuros. Mucho tiempo ha pasado, muchas cosas han cambiado y mucho has logrado, ¿qué deseas para los años venideros como artista y como hombre?

E.F.: Mi único deseo en estos últimos años de mi vida es seguir escribiendo y publicando. Tengo muchos proyectos y obras inéditas que quisiera publicar. En 2018, quiero publicar dos o tres tomos de antología, prosa y teatro. Quiero publicar la renovada colección de cuentos Palali y otros cuentos con la introducción amplia y valiosa de Juan Ramón Nieto del Villar, que también me ha dedicado un excelente artículo en ese número especial de Transmodernity que tú has editado en otoño del 2014. Me haría mucha ilusión que este nuevo libro pudiera ser incluido en la nueva Colección Oriente de la Editorial Hispano Árabe que Jordi Verdaguer lleva en Barcelona. Por último estoy preparando una nueva novela, Purgatorio, otros poemarios, una anti-novela y un trabajo de investigación que fue mi tesis doctoral y que quisiera traducir al español...

A.G.: ¡Qué interesante! ¡Cuántos proyectos! Pues, se te nota muy animado para perpetuar y enriquecer la tradición de la literatura hispanofiipina. Mucha suerte entonces Edmundo, para todos tus planes literarios, y mil gracias por está entrevista.

E.F.: Mil gracias a ti por dar espacio, a través de la atención que prestas a mi modesta obra, a toda la ilustre tradición filipina. ¡Una vez más gracias, Andrea!